Lo que tengo con Madrid creo que lo tengo con muy pocas ciudades. Madrid es caos, es impersonalidad, es gran avenida, es pequeño callejón, es Kwai, es Chueca, es Lavapiés.
Escribo estas líneas desde una pequeña habitación de la casa de mi hermana Irene Milleiro, aprovechando una pequeña red wi-fi que alguien no ha protegido en pleno corazón del barrio de Chueca, mientras escucho a una joven voz de un Joaquín Sabina cantando «Pongamos que hablo de Madrid» (es una historia de amor y odio de una ciudad invivible pero insustituible, como dice el maestro de íšbeda).
Y bueno, no sé qué tiene Madrid que nadie comprende mi amor por esta ciudad, creo que ni yo lo sé, pero la adoro. Y me gusta hacer lo que siempre hago cada vez que vengo a la ciudad, en un acto de sadomasoquismo que sólo yo entiendo. Madrid es bajarse del tren en Chamartín para coger un poco de aire en esa primera toma de contacto para sacar dinero, comprar el bono de 10 viajes del metro, y sumergirse en la línea 10 hacia Alonso Martínez, y luego la 5 a Chueca o a Gran Vía. Siempre lo mismo, y siempre con la misma ilusión.
Esta vez quizá tenga algo que ver la sensación de descanso al haber terminado la etapa de exámenes y tener un fin de semana algo libre, pero bueno, mañana Domingo será momento de volver. Pero repito, mañana Domingo, todavía queda mucho Madrid que tengo pendiente.