En marzo de 2020 todo se paró de repente. Todavía no tenemos la suficiente perspectiva para valorarlo, pero me pregunto si nuestros nietos nos mirarán extrañados cuando les contemos que nos íbamos a vivir a grandes ciudades encontrando horas de atascos y de autobuses interurbanos, de la misma manera que ahora miramos con un poco de distancia todas esas historias de emigrantes que se subían a un barco camino a Montevideo o a La Habana con una mano delante y otra detrás. Ese fue uno de los principales aceleradores de la pandemia: muchos nos quedamos en casa trabajando.
En estos once años en Madrid no me he cambiado de casa ni una sola vez pero he trabajado en distintas oficinas: en unas a 18 kilómetros de distancia a las que iba a diario en un autobús interurbano, en otras a 26 kilómetros a las que iba en un autobús de empresa e incluso en otras a las que podía ir andando, dándome un paseo por el barrio por la mañana y pudiendo ir a casa a comer. Y, como nos ha sucedido a muchos, de repente he pasado a trabajar en una oficina dentro de mi casa.
El caos
Todo suele empezar con el caos, por mucho que luego vaya mejorando. Todavía recuerdo, en esos días raros entre el 10 y el 14 de marzo cuando aún no estábamos obligados a estar en casa pero sabíamos que algo iba a pasar, ponerme a organizar a todo correr un equipo de producción distribuido, bajando un disco duro con brutos de vídeo en el Metro a una compañera para asegurarnos que todos teníamos más o menos lo necesario para poder seguir trabajando de manera remota porque se venían unos días raros. Cuando parecía que solo iban a ser quince días.
Visto con una mínima perspectiva es increíble lo que llegamos a improvisar: juntar un equipo multidisciplinar en varios países capaz de organizar y producir en cuestión de días comunicación interna más que aceptable sin más recursos que un móvil en una casa. Fue en esas semanas cuando escribí «Por qué la comunicación importa más que nunca durante una crisis«. En menos de dos meses un equipo fue capaz de pensar en medidas necesarias para reajustar toda una propuesta de valor de una compañía hacia la seguridad y ya hacia finales de mayo pudimos hacer un rodaje presencial para comunicarlo.
El reto de descentralizar todo
Es fascinante pensar que Remote, una de las biblias sobre el trabajo remoto de los fundadores de Basecamp, está escrita en 2014 y sigue siendo tan vigente o más que en aquel momento. En el inicio de la pandemia, Matt Mullenweg (fundador y CEO de Automattic, empresa 100% remota y distribuída) publicó un artículo muy interesante llamado Distributed work’s five levels of autonomy.
Como cuenta Matt en el artículo, muchos nos hemos visto forzados a pasar de golpe al nivel dos: trabajo desde casa con rutinas de oficina como trabajo síncrono y lleno de interrupciones. Algunos incluso han pasado al nivel tres, consiguiendo cierta asincronía e invirtiendo en mejor equipamiento.
Si no has cambiado ninguna rutina de tu agenda por trabajar desde casa tienes un problema. En el caso de mi equipo hemos pasado a tener un status diario muy rápido en el que nos tomamos un café juntos a primera hora de la mañana, no dura más de 15-20 minutos y nos aseguramos que todos estamos alineados. Intento que no sea un status (que al final incentiva a hablar mucho por demostrar que se tiene trabajo que hacer) sino una manera de vernos e incluso comentar cosas de fuera del trabajo. Creo que son de esas cosas que tienen que surgir y que quizá forzadas pierden espontaneidad.
Sobre cómo transformar las cosas cuando no suceden en persona, un ejemplo. El otro día pude asistir a un evento online bastante guay de Type Tasting: mandan por correo postal a los participantes por anticipado un kit a casa con cosas que van a ser necesarias durante el evento. Es algo razonablemente aplicable a manuales, guías, juegos o catas de productos, siendo un ejemplo bastante interesante de nuevas iniciativas que se adaptan a nuevos momentos. ¿Será temporal o definitivo?
Nuevos vínculos sociales
En este año diría que he redescubierto mi vecindario. Me veo más con mi vecina de arriba, periodista y que también trabaja bastante desde casa, y he descubierto que un amigo director de arte en una startup se ha mudado enfrente, así que podemos tomar un café a media mañana o comer juntos como en una oficina podrías hacer con tus compañeros de trabajo.
El tiempo que antes empleaba en bajar a respirar un poco y tomar un café en la cafetería de la oficina lo empleo ahora en bajar a la frutería de mi barrio o a la carnicería a por algo para comer. Creo que nunca había conocido a mi cartera porque nunca estaba en casa, y es de esas cosas que te sorprenden un poco cuando te paras a pensarlo.
El trabajo en casa, un año después
Mi circunstancia es bastante particular: vivo solo en un piso de 60 m², no tengo niños que puedan interrumpir ni gatos que se asomen por las llamadas. Creo que la situación de cada uno en esos apartados influye enormemente en la percepción que cada uno tiene del trabajo desde casa.
En mi caso me he ido adaptando gradualmente: en mayo pude ir a recoger mi silla a la oficina y desde hace un par de meses he encontrado un hueco en casa para poner un nuevo escritorio y un maravilloso nuevo monitor con el que no contaba. Además he conseguido compensar bastante la inevitable subida en la factura de la luz cambiándome a Gana Energía (que por cierto te da 10€ si te das de alta con mi código 71637rqWh).
Según el CIS los españoles creen que el teletrabajo beneficia más a las empresas que a los trabajadores, especialmente por reducción de costes y aumento de la productividad. Sería curioso saber qué piensan los empresarios y comparar estos datos.
Un año después hay una Ley del Teletrabajo que aclara qué parte de costes debe cubrir la empresa o por ejemplo el interesante derecho a la desconexión digital. Creo que empezaremos a ver cada vez más y más sentencias como esta de febrero de 2021 clarificando el uso de móviles u ordenadores propios para tareas laborales.
El futuro
Será curioso ver si la opción de trabajar en remoto empieza a ganar enteros como un activo de una empresa hacia sus potenciales empleados. Otras han decidido dejar un número fijo de días en remoto o en la oficina a elección de sus empleados.
Creo que para ciertas tareas concretas sigue teniendo sentido juntarse con otros empleados, sea en la oficina o en cualquier otro sitio, pero también creo que son un porcentaje relativamente bajo. Por eso pienso que las oficinas deberían cambiar un poco su función teniendo más salas de reuniones y menos puestos fijos. Quizá veremos un nuevo tipo de viajero de negocio, que se ha ido a vivir fuera de la gran ciudad y necesita un hotel en una capital como Madrid para pasar un par de noches a la semana o al mes y acudir a su oficina.
Más de 20 grandes compañías ya han anunciado planes para trabajar en remoto. Y es algo que va a impactar en maneras que todavía no nos imaginamos.