Hay un momento fantástico en la deliciosa Vinyl, la nueva serie producida por Scorsese y Mick Jagger para HBO sobre la industria musical en la década de los 70, en el cual Clark, cazatalentos de la discográfica, entra a un club nocturno de Nueva York lleno de afroamericanos bailando música soul y funk con la intención de que el Dj pinche uno de los temas estrella de un nuevo artista de la compañía. Lo que sucede en ese minuto es algo fascinante: tras un miedo que se palpa en el ambiente el Dj procede a poner el tema en cuestión, comprobando que todo el mundo desde la pista le está mirando extrañado por el nuevo estilo que acaba de hacer sonar. Poco a poco algunos de la pista se van animando y la sala termina viniéndose arriba gracias a una canción y un instante que, sin saberlo, inaugurarían un estilo que reinó por muchos años: la música disco. Cualquier obra de arte es casi siempre un riesgo, una apuesta al futuro esperando el agrado del público que no sucede siempre. De hecho normalmente con cierta perspectiva lo que antes parecía una locura arriesgada luego pareció abrir una grieta que fue la base para otras muchas evoluciones.
A finales de Febrero en 2008 la revista Mondosonoro celebró en Madrid una edición más de sus ‘Fiestas demoscópicas’. Visto con perspectiva, la premonición de aquel concierto fue tremenda: la noche la abrieron Los Guapos, una banda de rock con cierto desparpajo reivindicando a Juan Pardo y les siguió una joven y dulce artista que consiguió el silencio más respetuoso de toda la sala con temas sacados de su Myspace pues todavía no había salido su primer disco: aquella chica se llamaba Lourdes, pero tocaba bajo el nombre artístico de Russian Red. A continuación salió al escenario Antonio Luque acompañando a una artista que creo daba su primer concierto y que tocaba temas en acústico de su maqueta: se hacía llamar La Bien Querida. La velada la cerró una banda de Barcelona llamada Love of Lesbian que venía presentando su quinto álbum y segundo en castellano, ‘Cuentos chinos para niños del Japón‘.
Un año y un mes después aquella banda volvió al mismo escenario para presentar su siguiente disco, recién salido al mercado. Y recuerdo perfectamente el inicio de aquel concierto: fue un arranque muy gradual adaptando al inicio de un concierto la canción que abría aquel disco, ‘Allí donde solíamos gritar‘. Santi Balmes, su cantante, salía con su habitual estética en aquel momento de cazadora y pantalones vaqueros y con cierta cara de miedo a cantar aquella canción, temeroso de cómo se tomaría un disco quizás tan introspectivo una sala que ni siquiera había llenado. La cazadora vaquera le duró puesta dos canciones, el concierto fue un éxito y aquel disco fue disco de oro con 20.000 copias vendidas. Casi dos años después Love of Lesbian volvieron al escenario de la Joy Eslava pero llenando tres noches consecutivas para despedir a la gira que les lanzó a lo más alto y que les hizo convertirse en los artistas eternos de prácticamente cualquier festival de este país.
Han pasado algunos años y Love of Lesbian sacan hace un mes, en Marzo de 2016, su octavo disco: una oda a la inspiración llamada ‘El Poeta Halley‘ que tiene nueve canciones de más de cinco minutos en un tiempo en el que los servicios de streaming e Internet han cambiado nuestros hábitos de escucha hacia supuestamente canciones más sencillas, directas y fáciles. Es un disco muy lírico, personal y de muy lenta asimilación, con una fórmula totalmente opuesta a lo que se suele recomendar hoy en día, con todos los ingredientes para realizar esa jugada tan arriesgada y vista en otras carreras artísticas de ‘el disco más personal que termina en un pequeño tropiezo en su carrera‘. Anoche salieron al escenario, ya no de Joy Eslava sino de La Riviera, una sala con más capacidad (1.800 personas) para tocar en la primera de sus tres noches de presentación de su nuevo disco, vendidas en su totalidad con varios meses de antelación y con un primer tema coreado por todo el público con inmensa militancia al unísono, como si en vez de un mes los nuevos temas tuviesen varios años a sus espaldas.
‘Para este disco hemos compuesto canciones que estoy seguro que tocaré en 10 años con la cabeza muy alta‘ me confesaba anoche Uri Bonet, batería de Love of Lesbian, al terminar el concierto. Yo seguía en cierta manera confuso y sorprendido a partes iguales tras haber vivido el cierre de un círculo que, a base de esfuerzo y muchos días de carretera y manta ha logrado poner a una banda por sus propios méritos en lo más alto de la música actual en España. Una de sus canciones más conocidas, que también tocaron anoche, parece fantasear con la idea de que uno de los miembros de la banda después de su separación entrase a algún bar y oyese alguno de los temas compuestos en sus días de gloria a la vez que pensase «creo que voy a empezar a romperme«. Yo solo puedo aplaudir y brindar porque tengamos más noches reversibles.