Escribo mi primer post de 2014 (algo más de 8 años blogueando, sí que pasa el tiempo) en medio de varios problemas tecnológicos en mi entorno más cercano: un Android barato que cada rato empieza a pitar indiscriminadamente y que indica que se está cargando (aunque no lo esté) y un PC que se conecta a internet mediante un PLC que, cuando menos te lo esperas, se resetea y te deja sin conexión.
Hace poco me compré un iPad Mini Retina, desde el que estoy escribiendo este post. Tuve un problema al recibir el iPad y, tras llamar a Apple, me ofrecieron enviarme otro iPad idéntico, que me llegó en 24 horas, y tener 5 días de plazo para mover la información de un iPad a otro, sin ningún coste para mí, ni siquiera de mensajería. No necesité los 5 días: había olvidado que, al tener iCloud, los dispositivos de iOS hacen copia de seguridad cuando los dejo enchufados a la corriente y con WiFi (es decir, cuando los cargo al ir a dormir) y, por tanto, nada más configurar mi nuevo iPad, actualizó todas sus configuraciones y programas tal y como estaba en el iPad original. Fue increíblemente sencillo y veloz.
Pagar más por un dispositivo Apple (aunque los estudios demuestren que no es del todo cierto) hace que en muchos casos te despreocupes de otras cosas y sientas que solo tienes que preocuparte no ya de la tecnología sino de lo que haces con la tecnología, que es en realidad como debería ser todo. Y ya cuando lees libros como la biografía de Jonathan Ive te das cuenta de la cantidad de dinero que se gasta una empresa como Apple en innovar (Apple fue criticada por ser la primera en quitar los diskettes y apostar por cd’s, la primera en apostar por el wifi y quitar los ethernet, etc…) y en hacer tecnología que funciona.
Imagino que, como con todo, serán puntos de vista, pero yo lo tengo bastante claro.