El año pasado no se presentó al entrenamiento después del partido contra el Sevilla. El entrenador le había dejado en el banquillo para que descansara y el equipo dio buena cuenta del rival en el Camp Nou: 4-0. Nadie reparó en el mosqueo de Messi. Pensaban en el club que se había resfriado o que le había ocurrido un imprevisto cuando al día siguiente no pasó por el estadio. Ocurrió que se había molestado por su suplencia y hubo que aguardar a la mañana siguiente para saber que el cabreo se le fue de la misma manera que le vino, sin saber por qué, como ocurre casi siempre, acostumbrados como están todos a los chispazos de La Pulga.
Los compañeros lo asumen y el entrenador lo consiente, porque forman parte del equipaje. Messi se enfada y desenfada sin que nadie pueda poner remedio, sino que hay que aguardar a que se le pase: La Pulga agacha entonces la cabeza, hace ver como que no ha pasado nada y se reincorpora al grupo sin que nadie le diga nada. Así se disculpa. Aceptado.
Un día compareció en el campo con la cucharilla de plástico del café en la boca y no la soltó hasta que se acabó el rondo. Aquel gesto fue interpretado como una señal de que Messi estaba contrariado, porque alguien no le había pasado el balón o quién sabe por qué demonios. Nadie intervino, sin embargo, para saber el motivo. Mejor así. A veces pasan días hasta que se conoce la causa del mosqueo y, por norma, es a través de uno de sus compañeros más íntimos, como Milito. Nunca ha ido a mayores y la gente ya se ha acostumbrado a sus desaires tanto como a sus goles. Cosas de críos, caprichos si se quiere de un futbolista cada vez más genial y solidario, entregado a la causa del equipo, el menos egoísta seguramente de los divos. La cuestión consiste, simplemente, en ser su cómplice, ganarse su aprobación o procurar al menos que no te coja ojeriza. A Villa, por ejemplo, le advirtieron nada más llegar al Barcelona que se olvidara de competir a goles con La Pulga y a Thiago le tienen dicho que por más artista que se sienta, mejor que le pase al balón a Leo y aguardar a que se lo devuelva, como signo de que ha sido admitido.
Anoche, al ver a Messi celebrar su gol con rabia, no pude evitar recordar este artículo: Messi, el niño del campeón.